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miércoles, 4 de mayo de 2011


No es que no quiera crecer, sólo que me cuesta ver como el espejo ensancha una imagen, la misma que alguna vez descubrió el reflejo de esa sonrisa inocente que ya dejó de ser.
Cuesta ver como el cuerpo se amolda a una realidad que conspira y no se aleja, se acentúa y no perpetúa. Es raro y no quiero, pero pasa y no se evita.
Lo único que me queda es esta sonrisa, no es la misma que a los cuatro pero es la que me mantiene viva.

El mundo se sumergió en la lobreguez del infierno, aturde el silencio de los gritos de quienes desaparecieron. Estamos adentrados en una mentira donde un dólar equivale a una vida, donde ser un número más es más fácil que respirar con libertad.
Me genera mucha tristeza saber que el contraste está a la vista pero sólo unos pocos lo vemos, o queremos ver.

Qué fácil es decir SOY LIBRE, difícil es sentirlo. No muchas veces me sentí libre, libre de todos y de mí misma. Libre me siento cuando voy caminando por el campo y miro el cielo sin que nada ni nadie me corte la visión perfecta del paisaje mental que se adentra en mí y se queda intacto en la retina de mis ojos. Libertad es lo que se palpita a cada segundo con cada bombeo del corazón cuando apoyás la cabeza en el pecho de la persona que amás y sentís cómo se aceleran las pulsaciones. Libertad es lo que me invade cuando a la noche cuento las estrellas y siento que al menos una de todas ellas me pertenece, que me mira y me guía en este naufragio que todos llamamos vida.
A veces las pausas por más largas que parezcan son la solución para eternizar cada momento lindo vivido y prepararnos para lo mejor que siempre está por venir.